martes

Education for Leisure

Today I am going to kill something. Anything.

I have had enough of being ignored and today

I am going to play God. It is an ordinary day,

a sort of grey with boredom stirring in the streets

I squash a fly against the window with my thumb.

We did that at school. Shakespeare. It was in

another language and now the fly is in another language.

I breathe out talent on the glass to write my name.

I am a genius. I could be anything at all, with half

the chance. But today I am going to change the world.

Something's world. The cat avoids me. The cat

knows I am a genius, and has hidden itself.

I pour the goldfish down the bog. I pull the chain.

I see that it is good. The budgie is panicking.

Once a fortnight, I walk the two miles into town

For signing on. They don't appreciate my autograph.

There is nothing left to kill. I dial the radio

and tell the man he's talking to a superstar.

He cuts me off. I get our bread-knife and go out.

The pavements glitter suddenly. I touch your arm.

Carol Ann Duffy

miércoles

Sheeple


XKCD, a webcomic of romance,sarcasm, math, and language.
http://xkcd.com/610/

Thousands

Out of the thousands
who are known,
or who want to be known
as poets,
maybe one or two
are genuine
and the rest are fakes,
hanging around the sacred precincts
trying to look like the real thing.
Needless to say
I am one of the fakes,
and this is my story.


Leonard Cohen, 1936.

domingo

solo con todo el mundo

la carne cubre el hueso
y ponen una mente ahí
y a veces un alma,
y las mujeres rompen
floreros contra las paredes y
los hombres toman demasiado
nadie encuentra a quien busca
pero siguen
trepando y bajando
de las camas.
la carne cubre
el hueso y la
carne busca
más que
carne.

no hay elección:
estamos atrapados por
un destino singular.

nadie nunca encuentra
a quien busca.

los basureros de la ciudad se llenan
las plazas de los drogones se llenan
los manicomios se llenan
los hospitales se llenan
los cementerios se llenan
ninguna otra cosa
se llena.


Charles Bukowski

martes

Civilización y barbarie

X
Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tanto como aseguran los que se dicen civilizados.
La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas.
En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y circulen muchas mentiras. En que se edifiquen muchas casas, con muchas piezas y muy pocas comodidades. En que funcione un gobierno compuesto de muchas personas como presidente, ministros, congresales, y en que se gobierne lo menos posible. En que haya muchísimos hoteles y todos muy malos y todos muy caros.


Fragmento de Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla, publicado en 1870.

miércoles

Piano Man

Una canción hermosa, de las favoritas de Aglaura.

martes

De cómo conocí a David Bowie

Ojalá este post empezara diciendo "estaba yo en caminando por las bellas calles londinenses esa tarde de verano del 73 cuando..." pero no.
Sí era de tarde, sí era de verano, pero eran los plenos noventas en la ciudad de Buenos Aires y yo estaba por tener uno de los primeros piyamas party, lo cual era una locura, una aventura que, como todas las aventuras, fue perdiendo la gracia a medida que lo íbamos haciendo pero esas primeras veces, ay esas primeras veces, aguantar toda la noche, ver como 4 películas, hacerle jodas a la que se dormía, que alguna llorara por algo... maravilloso, plenamente maravilloso.
La cosa es que por alguna razón yo había quedado en llevar una película de las tantas que tendríamos para ver. Se había hecho un poco tarde y el blockbuster había cerrado así que decidí llevar algún vhs que tuviera en casa. Le pedí recomendación a Aglaura para quedar bien con las chicas y luego de descartar las 6 o 7 películas de Disney que había visto 100 veces Algaura me dice "llevate ésta" y puso en mi mano Tommy de Ken Russell (ver artículo).
Las consecuencias de llevar a Tommy a una fiesta de nenas de 8 años fueron desastrosas: balas, jeringas, delirio, violencia y gente que no para de cantar no era precisamente lo que las amiguitas esperaban encontrar en una película, así que, por decisión unánime, terminamos viendo Los 101 dálmatas, y todas durmieron felices. Todas, salvo la cumpleañera y yo, que nos quedamos despiertas comentando lo tontas que eran las demás por no querer haber visto Tommy, y como teníamos tiempo y ganas de ver el amanecer, pusimos otra película que había alquilado la madre de la cumpleañera, que era tanto o más limada aún que Aglaura, y que alquiló otro delirio de rock and roll, pero con goblins animados por Jim Henson.
Fue en ese Laberinto donde vi por primera vez a David Bowie vestido de Jareth, el malvado rey de los goblins.
Dejo aquí el afiche y el trailer de la película y el disco que me cambió la existencia la segunda vez que conocí al señor David Robert Jones en circunstancias bastante, bastante diferentes.






Hunky Dory (1971)
Descargar aquí.

sábado

Stop all the clocks, cut off the telephone

From "Twelve Songs"

IX.
Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.

Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message He Is Dead,
Put crêpe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.

He was my North, my South, my East and West,
My working week and Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever: I was wrong.

The stars are not wanted now: put out every one;
Pack up the moon and dismantle the sun;
Pour away the ocean and sweep up the wood;
For nothing now can ever come to any good.

April 1936

Escrito por W.H. Auden (1907-1973)

Carta abierta a "La Pua"

Esta "carta abierta a la pua" es un fragmento del prólogo a Veinte Poemas para ser leídos en el tranvía, de la autoría de Oliverio Girondo:

¡Qué quieren ustedes!... A veces los nervios se destemplan... Se pierde el coraje de continuar sin hacer nada... ¡Cansancio de nunbca estar cansado! Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda.
Lo que sucede entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma en oficio. Sentimos pudores de preñez. Nos ruborizamos si alguien nos mira la cabeza. Y lo que es más terrible aún, sin que nos demos cuenta, el oficio termina por interesarnos y es inútil que nos digamos: "Yo no quiero optar, porque optar es osificarse. Yo no quiero tener una actitud, porque todas las actitudes son ostúpidas... hasta aquella de no tener ninguna"...
Irremediablemente terminamos por escribir: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.
¿Voluptuosidad de humillarnos ante nuestros propios ojos? ¿Encariñamiento con lo que despreciamos? No lo sé. El hecho es que en lugar de decidir su cremación, condescendemos en enterrar el manuscrito en un cajon de nuestro escritorio, hasta que un bien día, cuando menos podríamos preverlo, comienzan a salir interrogantes por el ojo de la cerradura.
¿Un éxito eventual sería capaz de convencernos de nuestra mediocridad? ¿No tendremos una dosis suficiente de estupidez, como para ser admirados? ... Hasta que uno contesta a la insinuación de algún amigo: "¿Para qué publicar?" Ustedes no lo necesitan para estimarme, los demás...", pero como el amigo resulta ser apocalíptico e inexorable, nso replica: "Porque es necesario declararle como tú le has declarado la guerra a la levita, que en nuestro país lleva a todas partes; a la levita con que se escribe en España, cuando no se escribe de golilla, de sotana o en mangas de camisa. Porque es imprescindible tener fe, como tú tienes fe, en nuestra fonética, desde que fuimos nosotros, los americanos, quienes hemos oxigenado el castellano, haciéndolo un idioma respirable, un idioma que puede usarse cotidianamente y escribirse de "americana", con la "americana" nuestra de todos los días..." Y yo me ruborizo un poco al pensar que acaso tenga fe en nuestra fonética y que nuestra fonética acaso sea tan mal educada como para tener siempre razón... y me quedo pensando en nuestra patria, que tiene la imparcialidad de un cuarto de hotel, y me ruborizo un poco al constatar lo difícil que es apegarse a los cuartos de hotel.
¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores publican 1.071% veces más de lo que debieran publicar?... Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no aspiro a que babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y pensar. ¡Prueba de existencia!
Lo cotidiano, sin embargo, ¿no es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo? Y cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura? ¿Por qué no ser pueriles, ya que sentimos el cansancio de repetir los gestos de los que hace 70 siglos entán bajo la tierra? Y ¿cuál sería la razón de no admitir cualquier probabilidad de rejuvenecimiento? ¿No podríamos atricuirle, por ejemplo, todas las responsabilidades a un fetiche perfecto y omnisciente, y tener fe en la plegaria o en la blasfemia, en el albur de un aburrimiento paradisíaco o en la voluptuosidad de condenarnos? ¿Qué nos impediría usar de las virtudes y de los vicios como si fueran ropa limpia, convenir en que el amor no es un narcótico para el uso exclusivo de los imbéciles y ser capaces de pasar junto a la felicidad haciéndonos los distraídos?
Yo, al menos, en mi simpatía por lo contradictorio -sinónimo de vida- no renuncio ni a mi derecho de renunciar, y tiro mis Veinte poemas, como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto.

Oliverio Girondo
París, diciembre, 1922.

Poema irónico sobre la prostitución

Ironic Poem About Prostitution

by George Orwell

When I was young and had no sense
In far-off Mandalay
I lost my heart to a Burmese girl
As lovely as the day.

Her skin was gold, her hair was jet,
Her teeth were ivory;
I said, "for twenty silver pieces,
Maiden, sleep with me".

She looked at me, so pure, so sad,
The loveliest thing alive,
And in her lisping, virgin voice,
Stood out for twenty-five.

Si nos mandan, ya sabemos dónde queda...



Mandennos, total, sólo tenemos que tomar un avión, aterrizar en Barcelona, caminar por las playas hasta encontrar este parador creado por un argentino, donde se pueden degustar seguramente unos buenos mariscos mientras vemos, tal vez, algun partido de la selección o los almuerzos de Mirtha.

lunes

La libertad de prensa por George Orwell

A continuación, un fragmento del prólogo de George Orwell a su novela Rebelión en la granja:

Volviendo a mi libro, estoy seguro de que la reacción que provocará en la mayoría
de los intelectuales ingleses será muy simple: «No debió ser publicado». Naturalmente, estos
críticos, muy expertos en el arte de difamar, no lo atacarán en el terreno político, sino en el
intelectual. Dirán que es un libro estúpido y tonto y que su edición no ha sido más que un
despilfarro de papel. Y yo digo que esto puede ser verdad, pero no «toda la verdad» del
asunto. No se puede afirmar que un libro no debe ser editado tan sólo porque sea malo.
Después de todo, cada día se imprimen cientos de páginas de basura y nadie le da
importancia. La intelligentsia británica, al menos en su mayor parte, criticará este libro
porque en él se calumnia a su líder y con ello se perjudica la causa del progreso. Si se tratara
del caso inverso, nada tendrían que decir aunque sus defectos literarios fueran diez veces
más patentes. Por ejemplo, el éxito de las ediciones del Left Book Club durante cinco años
demuestra cuán tolerante se puede llegar a ser en cuanto a la chabacanería y a la mala
literatura que se edita, siempre y cuando diga lo que ellos quieren oír.
El tema que se debate aquí es muy sencillo: ¿Merece ser escuchado todo tipo de
opinión, por impopular que sea? Plantead esta pregunta en estos términos y casi todos los
ingleses sentirán que su deber es responder: «Sí». Pero dadle una forma concreta y
preguntad: ¿Qué os parece si atacamos a Stalin? ¿Tenemos derecho a ser oídos? Y la
respuesta más natural será: «No». En este caso, la pregunta representa un desafío a la opinión
ortodoxa reinante y, en consecuencia, el principio de libertad de expresión entra en crisis. De
todo ello resulta que, cuando en estos momentos se pide libertad de expresión, de hecho no
se pide auténtica libertad. Estoy de acuerdo en que siempre habrá o deberá haber un cierto
grado de censura mientras perduren las sociedades organizadas. Pero «libertad», como
dice Rosa Luxemburg, es «libertad para los demás». Idéntico principio contienen las
palabras de Voltaire: «Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a
decirlo». Si la libertad intelectual ha sido sin duda alguna uno de los principios básicos
de la civilización occidental, o no significa nada o significa que cada uno debe tener
pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que ello no
impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse por los mismos
inequívocos caminos. Tanto la democracia capitalista como las versiones occidentales
del socialismo han garantizado hasta hace poco aquellos principios. Nuestro gobierno
hace grandes demostraciones de ello. La gente de la calle -en parte quizá porque no está
suficientemente imbuida de estas ideas hasta el punto de hacerse intolerante en su
defensa- sigue pensando vagamente en aquello de: «Supongo que cada cual tiene derecho
a exponer su propia opinión». Por ello incumbe principalmente a la intelectualidad
científica y literaria el papel de guardián de esa libertad que está empezando a ser
menospreciada en la teoría y en la práctica.
Uno de los fenómenos más peculiares de nuestro tiempo es el que ofrece el
liberal renegado.
Los marxistas claman a los cuatro vientos que la «libertad burguesa» es una
ilusión, mientras una creencia muy extendida actualmente argumenta diciendo que la
única manera de defender la libertad es por medio de métodos totalitarios. Si uno ama la
democracia, prosigue esta argumentación, hay que aplastar a los enemigos sin que
importen los medios utilizados. ¿Y quiénes son estos enemigos? Parece que no sólo son
quienes la atacan abierta y concienzudamente, sino también aquellos que
«objetivamente» la perjudican propalando doctrinas erróneas. En otras palabras:
defendiendo la democracia acarrean la destrucción de todo pensamiento independiente.
(...)
Todos los que sostienen esta postura no se dan cuenta de que, al apoyar los métodos
totalitarios, llegará un momento en que estos métodos serán usados «contra» ellos y no
«por» ellos. Haced una costumbre del encarcelamiento de fascistas sin juicio previo y tal vez
este proceso no se limite sólo a los fascistas.

Play




Un disco que nos hace felices.

Contratiempos


Contratiempos. Título original: Breaktime (Londres, Random House Children’s Books). © 1978 Aidan Chambers. © 2005 Editorial Sudamericana. Traducción de Laura Canteros. Buenos Aires, octubre de 2005.

Links a las notas de Imaginaria sobre la novela y el autor:
"La pintura es superior a la música porque no tiene que morir apenas se la llama a la vida, como es el caso infortunado de la música... Esta, que se volatiliza en cuanto surge, va a la zaga de la pintura, que con el uso del barniz se ha hecho eterna"
Leonardo Da Vinci

domingo

Tommy can you hear me?



















Para comentarios, información y reseñas de este disco está la internet. Si lo ponemos acá es porque lo recomendamos, porque nos parece excelente, porque tenemos la película en formato vhs desde hace muchos, muchos años y la vemos constantemente sin cansarnos.
Aglaura recomendaría que compren el disco y que alquilen la película. Yo recomiendo lo mismo pero que si quieren lo bajen.
Para bajarlo clickear aqui.

El afiche de la peli:



















Y algunos de los videos:





La invención del mundo

Por Alan Pauls

Si uno llama por teléfono a lo de Martín Caparrós pueden pasar dos cosas. Una, que atienda él, Caparrós mismo, y que con su mejor voz de llamado en espera -una pizca de incomodidad, otra de insolencia- proponga volver a hablar un rato más tarde, cuando haya terminado “con el otro”. Dos, que en ausencia de Caparrós, verosímilmente atareado por alguna minucia en Ceilán, Bali, Goa o cualquiera de los destinos que cada tanto lo distraen de hablar por teléfono, de escuchar ballenatos, de escribir libros monumentales, la que atienda sea su propia voz grabada en el contestador automático. Es una voz radiofónica: grave, como ensimismada en su propia notoriedad, la misma voz de niño corpulento y malcriado que Caparrós lanzó al aire por primera vez en la primavera de Alfonsín, cuando inventó y condujo con Jorge Dorio el hit radial “Sueños de una noche de Belgrano”. En ese caso, la voz corrobora que uno ha marcado el número correcto y después, con alguna arrogante resignación, declara: “Es lo que hay”.

Viniendo de Caparrós, que viene de reconstruir en tres tomos de ochocientas páginas el minucioso tejido insurreccional de la década del 70, la frase suena un poco insultante. Algo entre la falsa falsa modestia y el tupé del que cuenta plata adelante de los pobres. “Léeme o déjame”, parece decir por lo bajo, y agregar, luego, con una sombra de desafío, un poco a la Viñas: “No me arrepiento de nada, no pienso cambiar nada y -lo que es más importante- estoy acá para sostener con mi cuerpo una y todas las páginas que circulan con mi firma”. Lejos de los fragilismos que vienen tiñendo los últimos estilos de vida literarios, Caparrós sostiene. Le gustan las paradojas, como a todo el mundo, pero las usa menos para evaporarse que para “cortar” una asertividad que de otro modo podría confundirse con el mero énfasis, el afán discutidor, la sentencia. Caparrós es ágil (a pesar de su metro 86), a menudo autoirónico (a pesar de la gravedad de sus bigotes), perfectamente capaz de bordear sus propias posiciones (a pesar de su vocación “centrada”), pero detrás de todas esas fintas hay algo que resiste, idéntico y encarnizado: la ambición de respaldar las palabras. (A lo largo de quince años, de No velas a tus muertos -su primera novela- a La noche anterior, de Larga distancia a La voluntad, las ficciones y la prosa periodística de Caparrós ahondan una y otra vez una misma constelación de enigmas: ¿qué autoridad tienen las palabras?, ¿cuándo dejan de describir para volverse fundacionales?, ¿qué extraña clase de autoridad, a la vez irrisoria y soberana, crean las palabras?)

Verdad y ficción. El año pasado fue para Caparrós el año de La voluntad, extraño ejercicio de arqueología existencial en el que el periodista-historiador documentalista detectaba, limitándose a presentarlas, sincronías y desajustes entre las dos “bandas” que compusieron la década del 70: una banda sonora (consignas, gritos de guerra, nombres falsos, proclamas: el “discurso político”) y una banda “vital” (una especie de manera política de existir, hecha de palabras pero también de gestos, gustos, gastos...). Este año, envalentonado por la voluptuosidad finisecular, Caparrós, después de casi ocho años de no publicar ficción, hace su rentrée con La historia, una novela en cuyas casi mil páginas no hay una sola frase verdadera y ninguna falsa. Un libro-monumento, como La voluntad, sólo que arraigado no en la historia sino en la imaginación de un escritor que tenía miedo de ser apenas un amanuense voluntarioso de historias que “siempre se le ocurrían a otros”.

Como suele sucederle a Caparrós, el origen de La historia, ahora, a trece años de que empezara a pensarla, tiende a confundirse con una remota boutade, uno de esos chispazos que están a mitad de camino entre una idea y su propia parodia: “Me habían invitado a una mesa redonda en la Feria del Libro. El tema -una pregunta que alguien había escuchado y anotado mal, seguramente- era: ‘¿Qué libro le hubiera gustado leer?’ (‘...y no pudo porque se cortó la luz’, tenía uno la tentación de completar). Sonaba un poco absurdo, pero de todos modos me hizo pensar. Y se me ocurrió que un buen impedimento para leer un libro era que el libro no existiera, que no lo hubieran escrito. Entonces pensé en el libro que Borges inventa en el relato ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’. Borges lo postula pero -histéricamente- no lo escribe: lo sustrae. Bueno, yo caí en la trampa: fui y lo escribí. Frente a la astucia de la histérica, yo caí en la ñoñería del ama de casa. O de la buena esposa”.

Una boutade es instantánea. Pero cuando dura mil páginas puede engendrar algo tan desconcertante como la novela que Borges nunca escribió, un libro dotado de todo lo que Borges recelaba en el género “novela”: un verdadero monstruo de ambición y de voluntad literarias, enemigo de la omisión, de las medias tintas, de toda forma de precaución. La relación con “Tlön” no es el único borgismo que se filtra en La historia; Caparrós, licenciado en Historia en la Sorbona, eligió para encabezarla la misma frase de Cervantes que Borges le hace reescribir al testarudo Pierre Menard: “La verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir...”. Ese epígrafe funciona como una suerte de umbral programático: atravesarlo es saber que la verdad, la historia y la ficción, entrelazadas y burladas a la manera borgeana de “Pierre Menard, autor del Quijote”, son los tres pilares de La historia, y también que si hay algo que para Caparrós merezca el nombre de “Sagradas Escrituras”, eso es el Quijote: “Hace 15, 16 años, en un artículo que publiqué en el Diario 16 de España, yo sostenía que de las novelas de caballería habían salido las dos grandes ramas de la literatura latinoamericana. Una era su parodia voluntaria (el Quijote, la Novela, digamos); la otra, su parodia involuntaria (las crónicas de Indias), donde los conquistadores trataban de ver aquí lo que se habían imaginado escuchando las historias de las Amazonas o de Amadís. Esos dos habían sido durante siglos los cursos de las letras latinoamericanas, y de alguna manera los dos terminaron reuniéndose en el realismo mágico. Sobre todo en Cien años de soledad, que había pasado a ser como un nuevo libro de caballería. Y lo que yo me preguntaba era: ¿cuándo le va a llegar su Quijote? En ese texto del ‘83, seguramente muy mal escrito, ya estaba el programa de La historia”.

Yo persigo una forma. Pero el epígrafe, de golpe, también sirve para recordar que a Caparrós se le debe la biografía apócrifa de un argentino llamado Balvastro, un celebrado capítulo de televisión fraudulenta que tramó en 1988 para el ciclo “El Monitor Argentino”. Aunque La historia retoma con énfasis ese vicio malversador, esta vez Caparrós, que ha crecido, ya no se limita a fraguar una vida. Fragua una civilización entera, a la que bautiza Calchaqui, y la provee de idiomas, de costumbres, de regímenes políticos, de excentricidades, de armas, de idiosincrasias gastronómicas, de mitos, de literaturas, de caprichos sexuales, de sadismos, de soberanos, de revoluciones, de las epopeyas, los patetismos cotidianos y la duración que toda civilización necesita para capturar la atención de la miopía historiográfica. La historia es el despliegue de esa invención a la vez proporcional y desmesurada -la primera que Caparrós, después de años de “moldear y modelar materiales ajenos”, reconoce como propia-, y también es una cabalgata exhaustiva, abrumadora, por todos los géneros, las disciplinas y los saberes con que los mundos falsos de la literatura juegan a pasar por verdaderos.

A lo largo de los trece años que le llevó escribirla, la novela atravesó estados y vicisitudes diversas. Los primeros brotes aparecieron en Valsaín, un pueblito de Segovia en el que Caparrós, que vivía en España, se había refugiado para escribir La noche anterior: historias súbitas, levemente fantásticas, como la de un “joven músico alemán que descubría que con su música podía reproducir espacios clásicos, ya desaparecidos, como el templo de Agrigento”, que empezaban a complotar contra la novela en curso. Después, cuando se pusieron a proliferar, Caparrós pensó una “especie de maquinita capaz de engarzarlas todas. Era la descripción de un personaje por partes. Empezaba por el pelo, y la descripción del pelo daba lugar a muchos relatos; después describía la frente y derivaba en otras historias, y así sucesivamente”. El ardid sobrevivió y figura en la versión definitiva de la novela, pero no resultó como principio de composición. Hasta que un par de años después, durante un tormentoso fin de semana en el Tigre, Caparrós el fóbico descubrió la clave.

“Fue en el ‘87, había ido con una amiga alemana a El Tropezón, donde se mató Lugones. Yo no conocía; me había imaginado un weekend romántico, hedonista... y cuando llegué entendí todo. Una pieza húmeda, una cama de hospital, una bombita colgando del techo. ¡Era tan deprimente! Por otro lado, nunca había pasado 48 horas seguidas con mi amiga, no sabía qué podía pasar, así que me había llevado seis libros para dos días. Apenas llegamos me fui al muelle a leer, solo. Y en un momento me saqué los anteojos y quise meterlos en el bolsillo de la camisa; los lentes resbalaron, cayeron totalmente verticales, atravesaron una hendija muy chiquita del muelle y desaparecieron en el agua. Yo no podía leer sin anteojos. Esto va a ser arduo, me dije. Y, completamente desesperado, me puse a pensar. Y a pensar. Y a pensar. Y ahí se me ocurrió la idea de un manual, una especie de descripción antropológica de una civilización antigua. Después la forma ‘manual’ se deshizo y sólo sobrevivió en las notas. Pero la premisa de la civilización ordenó todo”.

Todo lo que La historia revela sobre Calchaqui, en rigor, nos llega por dos vías: una, un manuscrito del siglo XVII, náufrago de innumerables traducciones, donde un hombre llamado Oscar, a punto de convertirse en el vigesimoprimer soberano de Calchaqui, distrae las horas de agonía de su padre, el soberano actual, pensando cómo resolver el problema en el que descansa la clave del poder calchaqui: el sistema de regulación temporal; la segunda, más contemporánea, es el obsesivo aparato crítico con el que un historiador argentino, después de exhumarlo en una biblioteca, glosa el texto de Oscar, lo escanea casi frase por frase y reconstruye el mundo calchaqui con la mirada estrábica de las Humanidades en versión años 60 y 70. “En el ‘88 ya tenía miles de notas, carpetas por áreas. La carpeta ‘ritos mortuorios’. La carpeta ‘juegos’. La de ‘sexualidad’.

‘Comidas’. ‘Costumbres’. Pero fue un año caótico: ‘El Monitor’ en TV, la revista Babel... así que en diciembre me fui a París con la idea de escribir uno o dos meses. Estuve diez días bastante perdido. Flop absoluto. El 25 de diciembre, mi primo Sebastián y su mujer me invitan a una casa de la familia de ella en la Loire, una de esas lindas casas burguesas de principios del XIX que los franceses abusivamente llaman châteaux. Fui. Rica comida, boludeos, una buena biblioteca. Me acuerdo de los tomitos de la obra completa de Buffon, un artículo sobre jirafas, detalladísimo, que sin embargo se olvidaba de mencionar el largo del cuello. Y estaba en eso, todo muy plácido, la chimenea prendida, cuando me vino la idea de encontrar el relato de esa civilización en una biblioteca. Ahí, sentado, empecé a escribir a mano la escena: un historiador argentino encuentra un manuscrito en un libro de la biblioteca del castillo de una señora que es un poco mayor que él, en la Loire. Tuve la impresión de haber encontrado el disparador que me permitiría contar toda esa porquería”.

Caparrós no ha marcado diferencias de jerarquía entre el cuerpo principal de la novela (la declaración de Oscar) y las notas (la lectura del historiador); ambos ocupan un espacio similar y admiten toda clase de órdenes de lectura, como si fueran dimensiones autónomas: “Lo primero que el lector encuentra es el epígrafe de Cervantes, y es ahí donde tendrá que decidir si lee primero el relato de Oscar, que empieza con la frase ‘Ya no hay más muertes bellas’, o si lee el cuerpo de las notas. Yo resolví abstenerme. Me pasé años pensando qué prefería y nunca pude decidirme”. Novela exótica, menos anacrónica que extemporánea, La historia practica una vanidad hiperrealista que parece protegerla de cualquier efecto alegórico, y al mismo tiempo la arraiga en una Argentina mucho menos remota que el siglo XVI, época en la que la civilización calchaqui -supuestamente- habría florecido... ¡en el noreste nacional! No es casual que el historiador descifre el texto de Oscar a lo largo de los años de fuego argentinos (fines de los 60, la década del 70, el mismo período que Caparrós restituye en La voluntad), que muera en 1976 y que sus comentarios estén teñidos de efusiones militantes. “Sí, el anotador es marxista, y un poco rígido: lo que escribe, sus referencias teóricas, son muy de la época, y el chiste macabro es que supone que el manuscrito que encuentra es un texto fundacional de la Nación. En ese sentido, en La historia, la disciplina histórica es una tomadura de pelo: el trabajo del historiador no tiene objeto, o su objeto, más bien, es una mera invención del historiador. Y, como corresponde a todo libro de historia, se equivoca de cabo a rabo en sus conclusiones. Aunque es cierto que su error tiene cierta grandeza. Lo mismo pienso, a veces, del libro: que es un error ‘con altura’”.

Cara y ceca. Contra lo que se podría pensar a primera vista, es obvio que el Caparrós de La historia (fanático de la invención, incrédulo sofisticado, partidario de la incertidumbre) y el de La voluntad (escritor de base, documentalista reivindicativo, espíritu de intervención) no son dos sino uno, uno solo y el mismo, y que ambos libros están unidos por afinidades más profundas que una mera vocación elefantiásica. Afinidades, o enemigos comunes: el small is beautiful, el imperio de las ficciones tímidas, la hegemonía de lo fragmentario, el retroceso de la intencionalidad. Y sobre todo dos divulgadas extinciones: el fin de los grandes relatos y el fin de la historia. Así es el mapa según Caparrós, y en ese paisaje (que involucra a la vez su relación con la literatura y con el “compromiso” político) ambos libros funcionan articulados, como dos caras de un mismo proyecto. “La relación es fuerte incluso temáticamente. Uno de los dos o tres motores de La historia es una especie de revolución ‘leninista’, a la manera de las La voluntad describe en plano realista. La gente de Calchaqui empieza a juntarse alrededor de una reivindicación: la conquista de la vida después de la muerte, la ‘vida larga’. Y se junta según un modelo de células, de agitación y propaganda: el modelo del partido leninista. La misma idea de tener el poder de modificar las formas del tiempo, que en la novela es central, es una idea clave de cualquier proyecto revolucionario. En los últimos siglos, de hecho, el único cambio serio en las formas temporales se dio cuando la Revolución Francesa dio vuelta y rearmó el tiempo a partir de un año cero: algo había empezado de nuevo, algo que no podía funcionar con el tiempo antiguo”.

Nadie conquista la historia sin voluntad, ironiza Caparrós, explotando la inesperada ventaja de marketing que poseen sus libros: cada vez que alguien dice “la historia” o “la voluntad” está hablando de ellos. La ironía, sin embargo, es literal. La historia, de hecho, le debe su existencia pública al éxito de La voluntad. Dos años atrás, Caparrós tenía un par de editores interesados en La voluntad y a todos espantados por el tamaño de La historia. Pensó entonces en armar una producción muy artesanal, con una suscripción para cien o doscientas personas, un poco a la manera de Laiseca con Los sorias. Pero vendió La voluntad a la editorial Norma, “y cuando se vio que el libro prometía pude hacer una especie de pacto fáustico con mi editor, Fernando Fagnani: si le iba bien con La voluntad, se comprometía a publicar La historia. La voluntad funcionó bien y Fagnani, con gran caballerosidad, reconoció el acuerdo y publicó La historia”.

Ahora, con el libro recién distribuido (“Llegó a las librerías el 6 de abril, otro aniversario de la muerte de mi padre. Un detalle que no es menor para una novela que sólo trata de genealogías y herencias”), Caparrós parece a la vez perplejo y satisfecho como un niño que (casi) se salió con la suya. Hizo todo lo que quiso: inventó una lengua (la lengua de Oscar: “un castellano de ninguna parte, con una dosis de lejanía muy fuerte, totalmente extrañado”), multiplicó guiños y trampas (“es un picnic para la Academia, pero yo sueño con lectores que se diviertan”), hizo sus proverbiales malabarismos de erudito (“me encanta Diderot, pero no por la enciclopedia sino por sus novelas), escribió sonetos a la manera de Góngora y de Quevedo y teatro a la de Lope de Vega. Y hasta manipuló el contexto en que ahora aparece la novela. “Siempre quise que saliera en 1999. Si hubiera salido el año pasado habría falseado el colofón. La edición es de 999 ejemplares, y yo quería incluso que tuviera 999 páginas. Como daba 943, le propuse a Fagnani que nos salteáramos la numeración en algún lado para ganar esas 56 páginas de diferencia. Lástima: no salió”. En cuanto a los efectos que La historia pueda producir, Caparrós confiesa haber “suspendido el juicio” y enarbola, a modo de escudo, la dimensión artesanal del libro: “Con cierto tino, o cobardía, hice todo lo posible para que la edición fuera limitada. Todos los ejemplares están numerados a mano, lo que limita mucho las expectativas. Que se venda o no es igual. Lo que siempre quise es que fuera un libro muy bien hecho: hecho a mano, con ilustraciones (que también se pegaron a mano), tapa dura, cintita para marcar la página, un retrato al óleo en vez de foto en la solapa. Quería un libro bien hecho para que algunos amigos lo tengan y lo lean cuando quieran. Lo que suena totalmente contradictorio con los trece años que me pasé laburando en esto, y con el hecho de que es el proyecto que más me importó en mi vida”. A contrapelo del mercado, La historia, sin embargo, es cualquier cosa menos un libro que desea pasar inadvertido. Es arrogante y lujoso como un objet d’art, aristocrático como una pieza de colección, ambicioso y progresista como sólo lo fueron, alguna vez, ciertas “grandes novelas” latinoamericanas como Terra Nostra (sólo que “cortado” por el humor y el escepticismo borgeanos). Cuando Carlos Fuentes presente La historia en la Feria del Libro, el círculo se habrá cerrado. Caparrós no dice ni sí ni no. Recuerda: “Hace unos ocho años, en Madrid, en un coloquio sobre Carlos Fuentes, los organizadores me tomaron de sorpresa y me dijeron que, además de leer mi ponencia, tenía que hablar en la mesa redonda de clausura, el último día. Una especie de memoria y balance. Estaban Julio Ortega, Bryce Etchenique, creo que Juan Goytisolo... Yo venía a ser como el jovencito. No sabía qué decir. Y me acuerdo que, realmente sin pensarlo, sólo porque me tocó empezar a hablar, me puse a reprocharles que con la ambición que habían desplegado en los años 60 nos habían quitado a nosotros la posibilidad de ser ambiciosos. Nos habían condenado a practicar... ‘formitas’. Y tampoco podíamos inventar mundos porque ya lo habían hecho ellos, nuestros mayores; a lo sumo podíamos pagar nuestro tributo de menores y trabajar contra eso. En ese momento La historia estaba en plena ebullición, así que supongo que lo que estaba diciéndoles era: ‘Sí, yo quiero ser tan ambicioso como ustedes’ ”.

Publicado en Radar, mayo de 1999. © 1999 Página/12


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Por Antonio Di Benedetto
Cuentos Completos, página 535.
Adriana Hidalgo Editora
2006, Buenos Aires, Argentina


Le explico a Horacio:
-Hoy he recibido la invitación para el acto de Manuel que se hizo el lunes.
Horacio comenta:
-Lindo tema para un cuento fantástico.
No me dice cómo, queda a mi cargo.
Decido volver al lunes, pero el acto se ha suspendido. Tengo que volver al jueves, el día que hablé con Horacio.
Pero al regresar ya no es jueves, sino viernes. Entretanto el jueves ha ocurrido que...
Reflexiono que de otra manera ya me ocurrió. Yo tenía que buscar, hacia atrás, a una mujer. Y ella tenía que buscarme a mí. Retrocedimos, pero cada uno por su propia inspiración y sin ponernos de acuerdo previamente.
Nunca coincidimos en nuestros retrocesos e intentando dar con el día exacto para los dos, malgastamos la vida.
Cada vez llegábamos más atrás en el calendario.
Deduzco que, de una y otra experiencia, podría sacar una conclusión, aunque evidentemente amarga: No se puede volver a lo que se quiso.

Un proverbio*

La felicidad es esa extraña bestia

que se come al pájaro que se agita

Proverbio incaico

...Y mañana la extraña bestia se va a despertar dentro de mi pecho y va a empezar a masticar, a deglutir, a triturar a ese pájaro que se agita en mi interior.

Y va a empezar desde mis labios, mis ojos, mis dientes. Y lo buscará por mis manos, mis brazos. Va a bajar hasta mi vientre, a mi entrepierna.

Va a recorrerme, en los momentos en que yo te recorra.

Y mientras mi cuerpo te transite, la bestia va a ir detrás. Comiendo los restos de tu ausencia anterior.

Haciendo desaparecer eso que va a volver después, cuando te vayas.

Y luego de haberte despedido, con un temblor muy tenue, apenas una vibración, el pájaro va a recomenzar.

Y renacerá por los labios. Con el pasar de los días se instalará en el esternón, del lado de adentro. Y desde allí empezará a agitarse. Suave en las lágrimas. Fuerte en el sexo. Insoportable en la soledad.

Hasta que pasados cuatro o cinco atardeceres, crecerán en mí otras tonalidades, agridulces, amargas. En la que tu presencia y tu ausencia darán el matiz de todo lo que pasa. Y ya solo podré ver el mundo en los colores del pájaro: ocres, dorados, azules, nunca rojos.

Porque los amarillos, los púrpuras, el rojo esperan en la bestia. Que se va despertando somnolienta cuando se acerca, otra vez, el momento de encontrarte, por fin. Otra vez.

* Ultimo texto escrito por Rafael Pinedo.


Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/4772-1637-2006-12-12.html ---------------------------------------- Página/12 Web :: Buenos Aires, Argentina ---------------------------------------- espectaculos | Martes, 12 de Diciembre de 2006

jueves

Dark Side of Oz

¿Casualidad?
Un día alguien se dio cuenta lo bien que quedaba la película El mago de Oz con el disco de Pink Floyd, The Dark Side of the Moon como soundtrack.
Aqui el sitio que describe canción por canción todas las coincidencias entre una y otra obra.

http://www.everwonder.com/david/wizardofoz/

Carmina Burana

La única ópera que Aglaura considera que hay que ver.

Vincent

El fabuloso corto de Tim Burton y Rick Heinrichs de 1982.

Di Benedetto por Saer

Recordando una ironía que Goethe aplicó a los liberales, podríamos decir que a muchos escritores las cosas les resultan fáciles hoy en día, porque el público entero les sirve de suplente. Ni una sola frase estampan que sus lectores no hayan plebiscitado de antemano. Tan obvia es la estética sumaria que les proponen, tan de acuerdo con la opinión, con el sentido común, con las generalidades más deslavadas del "hombre culto", que sus libros se vuelven innecesarios, puesto que los mismos lugares comunes que vehiculan ya han sido proferidos hasta la náusea por los semanarios, las reseñas académicas y los debates políticos y culturales. Y es fácil observar que, al poco tiempo, esas banalidades tan aclamadas se disuelven junto con la actualidad en la que se injertan.
Desde luego que no es el caso de Antonio Di Benedetto. Sus narraciones provienen de una profunda necesidad personal, indiferentes a la expectativa pública y a lo establecido y, por esa misma razón, no hay lector atento que, en lo más íntimo, no se reconozca en ellas.
Hace cuarenta años, los grandes éxitos de librería como los llaman; nacionales e internacionales, ocultaron, con su barullo injustificado, la aparición de Zama, su obra maestra. Cuatro décadas más tarde, desvanecida ya la feria de ilusiones que nos lo escamoteaba, este texto a la vez épico y discreto, viviente y desgarrador, fulgura todavía entre nosotros. Es cierto que desde su aparición en 1956, varias ediciones confidenciales, casi secretas, se fueron sucediendo en la Argentina y en España, pero su lugar–uno de los primeros–en la narrativa de nuestra lengua no ha venido a ocuparlo todavía. Entre los autores de ficción de este idioma y de este siglo, Di Benedetto es uno de los pocos que tiene un estilo propio, y que ha inventado cada uno de los elementos estructurantes de su narrativa. Una página de Di Benedetto es inmediatamente reconocible, a primera vista, como un cuadro de Van Gogh. Sus grandes textos Zama, El silenciero, El cariño de los tontos, Cuentos claros, Aballay son un archipiélago singular en la geografía a decir verdad bastante banal de la narrativa en lengua castellana. Entre tantos mamotretos demostrativos y tantas agachadas supuestamente vanguardistas, la prosa lacónica de Di Benedetto, construida con una tensión que no cede ni un solo instante, demuestra una vez más, aunque haya que recordarlo a menudo, que el arte del relato nace siempre de una conjunción de rigor, de inteligencia y de gracia.
Aunque opuesto en todo a los viajantes de comercio de la esencia americana, Di Benedetto, sin desde luego ningún voluntarismo programático, ha, por añadidura, elaborado en Zama una imagen exacta de América. Soliloquio lírico sobre la espera, la soledad, el desgaste existencial y el fracaso, este libro desesperado y sutil nos refleja de un modo más verídico que tantos carnavales conmemorativos que, con el pretexto de corretear lo americano, chapotean en el más chirle conformismo respecto de la forma narrativa, la cual, sin embargo, puesto que se presentan como libros de ficción, tendría que ser la primera de sus exigencias.
El rigor de Zama está presente en los otros grandes textos de Di Benedetto. Cuatro novelas El pentágono, Zama, El silenciero y Los suicidas y una quincena de relatos de diferente extensión, constituyen un universo narrativo de primer orden, por su unidad estilística y formal y por su lucidez sin concesiones. El sabor de su prosa, vivificado por discretos matices coloquiales, es, a pesar de su sencillez aparente, resultado de un análisis magistral de la problemática narrativa que su tiempo le planteó.
Los que tuvimos la suerte de ser sus amigos–lo que no estaba exento a veces de afectuosas dificultades– sabemos además que en la obra estaba presente la integridad de la persona, hecha de discreción, de penetración amarga, de abismos afectivos, de nobleza y de ironía. En 1976, las marionetas sangrientas que impusieron el terrorismo de Estado, lo arrestaron la noche misma del golpe militar y, sin ninguna clase de proceso, lo mantuvieron en la cárcel durante un año. Los notables mendocinos que había frecuentado durante décadas se lavaron las manos, de modo que cuando salió de la cár cel, a los 56 años, lo esperaban el destierro, la miseria y la enfermedad. Ni una sola vez lo oí quejarse, y cuando le preguntaba las causas posibles de su martirio, sonreía encogiéndose de hombros y murmuraba: "¡Polleras!". Pero ese año indigno lo destruyó. El elemento absurdo del mundo, que fecunda cada uno de sus textos, terminó por alcanzarlo. Y sin embargo, hasta último momento, a pesar de la declinación mental y fisica, encaró, con la misma ironía delicada de los años de plenitud, la inconmensurable desdicha.

Juan José Saer.


Cuando se trata de escribir...

Un consejo para escritores principiantes:

Cuando se trata de escribir, eres lo que lees

El mejor consejo que puedo dar a alguien acerca del acto de escribir es: Lee mucho. Si lo piensas, toda escritura es una lectura. Al fin de cuentas, la escritura tiene por objeto la lectura. Escribo para leer lo que he escrito. ¿Y quién no lo hace? Y escribo porque quiero comunicarme con los demás, con los lectores. Por lo tanto, ser escritor significa ser lector desde todo punto de vista.
Conozco a muchos escritores. Cada uno de ellos lee tanto por el placer de leer como ‘por trabajo’. Y la mayoría lee muchísimo. Como escritor, eres lo que lees. Aquello que incorporas como lector influye en lo que produces como escritor: la clase de cosas sobre las que escribes, la manera en que manejas el lenguaje, la forma en que cuentas historias, compones poemas, construyes obras dramáticas u organizas tus ensayos. No puedes evitarlo. Así son las personas. Y todos los artistas, todos los artesanos, aprenden a perfeccionarse estudiando las obras de los demás, especialmente las de aquellos a quienes admiran y consideran los mejores. Escribir es a la vez arte y artesanía. Por ello, lo que lees es tan importante como cuánto lees.
¿Qué otros efectos produce la lectura? Acabo de revisar el cuaderno de notas que llevaba mientras escribía mi novela The Toll Bridge. Creo que las lecturas que he anotado se dividen en cuatro categorías principales.
• Lectura que me da ganas de escribir. Algunos autores, algunos libros me dan ganas de volcar palabras en el papel. Me estimulan, despiertan mi apetito, me impulsan a seguir adelante en tiempos tediosos y difíciles. Me proporcionan normas para evaluar mi producción.
• Lectura que me informa sobre lo que necesito saber para escribir mis propios libros. Supongo que la mayoría de las personas lo llama ‘investigación’. Para algunos episodios de The Toll Bridge necesitaba información acerca de temas tales como la fase en la vida de las mujeres que se denomina menopausia, los efectos y el abordaje terapéutico, y una condición psicológica particular llamada Estado de Fuga. Entonces me puse a leer libros de medicina. Necesitaba datos acerca de la historia y la arquitectura del puente donde transcurre el relato. Y me puse a leer un libro de historia local acerca del puente. Los juegos eróticos que se llevan a cabo en las fiestas de adolescentes, la ornitología y mitología del cuervo, la historia de Jano, el dios de la antigüedad, y mucha otra información la obtuve en los libros. Si quieres escribir algo, necesitas materia prima para tu trabajo. La lectura de libros (y, en la actualidad, de material en Internet) es la mayor fuente de suministro.
• Lectura que me enseña a escribir o que perfecciona mi escritura. Siempre que leo, parte de mi mente está alerta para descubrir fragmentos que colaboren con mi propia escritura. Suelo comenzar a leer un capítulo de una novela y me descubro pensando: “Ésta es una buena manera de comenzar”; entonces la archivo para adaptarla más tarde a mi propia producción. Incluso suelo copiar el fragmento en el cuaderno que siempre acompaña a la novela que estoy escribiendo, a fin de no olvidarlo. Muchas veces, cuando me siento atascado y tengo dudas acerca de la manera de desarrollar una escena, recorro los estantes de la biblioteca donde se encuentran mis autores preferidos, los libros que admiro, a la búsqueda de una escena que me dé una pista o me proporcione un marco de referencia, un modelo que me permita avanzar. De ninguna manera ‘copio’ servilmente. Pero existe una verdad que no suele admitirse públicamente: toda escritura es un robo. Tomas de otros autores aquello que te ayuda y lo reciclas en algo propio.
• Lectura que aleja mi mente de mi propia escritura. “Mientras escribía”, afirmaba Ernest Hemingway, “necesitaba leer después de escribir... para no pensar en mi trabajo ni preocuparme hasta el momento en que lo retomara”. Sé por experiencia lo que eso significa. Hay libros que me dan ganas de escribir y hay libros que me permiten tomar distancia de mi trabajo y me refrescan. Aquellos que me refrescan y renuevan mi energía difieren según el libro que esté escribiendo. Mientras escribía The Toll Bridge, El factor humano de Graham Greene me sirvió para recargar las pilas tanto como los libros de Paul Auster, Marguerite Duras, Margaret Mahy, Jan Mark, Kazuo Ishiguro, Cees Nooteboom, Jeanette Winterson y muchísimos más.
De todo lo anterior, se podría inferir que la lectura es para mí sólo un elemento que me ayuda en mi trabajo. Y de ninguna manera es así. En primer lugar soy lector y luego escritor. La lectura hace de mí quien soy. La escritura me transforma. Estaría perdido si no leyera, no sabría quién soy. Al leer lo que he escrito, descubro en qué me he transformado.
Dos sugerencias. > Primera: Lleva un registro de lo que leas. Nada complicado, simplemente un cuaderno con una lista de la fecha en que hayas terminado de leer un libro, su título y autor. Leer es como viajar. Es importante saber dónde has estado porque, de lo contrario, es fácil olvidarse. > Segunda: Aprende a leer lentamente y aprende a escuchar lo que estás leyendo como si se tratara de una lectura en voz alta. Toda lectura, toda escritura consiste en utilizar el lenguaje. Presta atención tanto a la manera en que se utiliza el lenguaje como cada uno de sus elementos: el sonido de su música, sus ritmos y tonadas, su cadencia, sus pausas, su síncopa y sus armonías, sus discordancias y polifonías, aquello que se dice y aquello que no se dice. Para lograrlo es necesario que leas con la suficiente lentitud como para escuchar el sonido de su música en tu cabeza. (Si te resulta difícil escucharlo dentro de tu cabeza, léelo en voz alta).
Si actúas de esta manera, alcanzarás el objetivo de toda lectura y toda escritura, que es el siguiente: disfrutarla tanto como para hacer de ella un motivo de goce permanente y vivir la vida en plenitud.

© Aidan Chambers 1993
Traduccion del original en inglés:Laura Canteros

martes

Las ciudades y el nombre (1)

Poco sabría decirte de Aglaura fuera de las cosas que los habitantes mismos de la ciudad repiten desde siempre: una serie de virtudes proverbiales, otros tantos proverbiales defectos, alguna rareza, algún puntilloso homenaje a las reglas. Antiguos observadores, que no hay razón para no suponer veraces, atribuyeron a Aglaura su durable surtido de cualidades, confrontándolas con aquellas de otras ciudades de sus tiempos. Ni la Aglaura que se dice ni la Aglaura que se ve ha cambiado quizá mucho desde entonces, pero lo que era excéntrico se ha vuelto usual, extrañeza lo que pasaba por norma, y las virtudes y los defectos han perdido excelencia o desdoro en un concierto de virtudes y defectos diversamente distribuidos. En este sentido no hay nada de cierto en cuanto se dice de Aglaura, y, sin embargo, de ello surge una imagen sólida y compacta de ciudad, mientras alcanzan menor consistencia los juicios dispersos que se pueden enunciar viviendo en ella. El resultado es éste: la ciudad que dicen tiene mucho de lo que se necesita para existir, mientras la ciudad que existe en su lugar existe menos.
Por eso, si quisiera describirte Aglaura ateniéndome a cuanto he visto y probado personalmente, debería decirte que es una ciudad desteñida, sin carácter, puesta allí a la buena de Dios. Pero tampoco esto sería verdadero: a ciertas horas, en ciertos escorzos de camino, ves abrírsete la sospecha de algo inconfundible, raro, acaso magnifico; quisieras decir qué es, pero todo lo que se ha dicho de Aglaura hasta ahora aprisiona las palabras y te obliga a repetir antes que a decir.
Por eso los habitantes creen vivir siempre en la Aglaura que crece sólo con el nombre de Aglaura y no se dan cuenta de la Aglaura que crece en tierra. Y aun yo, que quisiera tener separadas en la memoria las dos ciudades, no puedo sino hablarte de una, porque el recuerdo de la otra, por falta de palabras para fijarlo, se ha dispersado.


(Las ciudades y el nombre (1) de Las ciudades Invisibles de Italo Calvino)